Del texto al hipertexto: ¿Escribiendo para robots?

La paradoja actual del blog y la literatura online

¿Para allá vamos?
¿Para allá vamos?

Por. Carlos Andrés Naranjo Sierra
La internet es uno de los experimentos más interesantes que ha llevado a cabo la humanidad en épocas recientes. En una mezcla de anarquismo y virtualidad, los habitantes del planeta han comenzado a mamar permanentemente de la red desde todos los dispositivos electrónicos posibles. En todas las urbes del mundo, dónde hoy vive más del 80% de la población mundial, salvo contadas excepciones de países con censura, hay conexión a internet y cada vez son más las personas que tienen acceso a ésta.

Cada día se generan entre blogs y páginas web cerca de 100.000 artículos con aproximadamente 500 millones de palabras. Si alguien comenzara a leer lo que se publica en un día, en jornadas de diez horas, tardaría cerca de 23 años en completar la estoica labor. Sumado a lo anterior, debemos considerar que en el mundo hay más de 6.000 idiomas y dialectos en los que se escriben y comparten los textos, imágenes, audios y videos que corren en direcciones dispares por la autopista de la información.

La Biblioteca de Babel
Ésto ha planteado un serio problema para la organización y el acceso de la información de la red. La internet es actualmente una especie de Biblioteca de Babel, donde los libros están desorganizados por todo el espacio, con diferentes códigos y en diferentes idiomas, haciendo prácticamente imposible la labor del bibliotecario, que hasta hace pocos años podía cómodamente clasificar por Autor, Título y Materia la totalidad de su colección de libros, revistas y materiales audiovisuales.

Y es aquí donde hacen su aparición los famosos motores de búsqueda. Con la idea inicial de clasificar las información que todos los días aparece en internet, surgieron empresas como Altavista (ya difunta), Yahoo y Google. Una labor harto difícil y en la que se han planteado varios algoritmos para proveer resultados útiles y relevantes a los usuarios pero que debe mutar con frecuencia conforme cambia el tejido vivo de la información. Hoy en día estos portales han alcanzado tamaños colosales, al punto de que 8 de cada 10 personas que navega en la red, consulta algún buscador al menos una vez al día y uno solo de ellos, Google, domina el 90% de éstas búsquedas.

Encontrar el dato en el pajar
Así entonces los escritores y lectores de hoy, nos enfrentamos a un nuevo panorama de la búsqueda y localización de la información basados en un nuevo mundo llenos de datos multimedia en los que los antiguos cánones de clasificación se han vuelto obsoletos. Ahora el consumo de un artículo depende de los términos de búsqueda introducidos por el usuario y el algoritmo de los robots de Google para posicionarlo. Si la publicación no está en los primeros resultados de búsqueda es muy probable que nunca salga de la mazmorra del anonimato.

Por supuesto, siguen y seguirán existiendo (eso espero) otros caminos para que la creación literaria se reproduzca en la imaginación del público, tales como las conferencias, las ferias o los círculos académicos, pero la verdad es que cada vez son más reducidas estas posibilidades físicas y muchas de ellas también han comenzado a emigrar, incluso a utilizar con un fervor inusitado, los medios digitales.

Escribiendo para robots
Asistimos casi sin darnos cuenta a un nuevo escenario donde miles de robots recorren diariamente los vericuetos de la autopista de la información, leyendo y clasificando el hipertexto (lenguaje .html en el que se escribe codifica y decodifica la red http://) para nosotros, de acuerdo a un código secreto que construye diariamente Google en sus oficinas de Palo Alto, California. y del que se sospechan algunos criterios pero no se sabe a ciencia cierta la totalidad de su secuencia de pasos.

Dentro de las cosas que se sospechan que el algoritmo de Google prioriza, están: El uso de términos claves (coincidencia entre búsqueda y resultado), el número de veces que se repite éste término (ni mucho ni muy poco) las veces que aparece éste en títulos y subtítulos, la longitud del artículo (superior a las 700 palabras), el tiempo que pasa el lector en la página dónde se encuentra publicada (entre más mejor), el ranking del sitio donde es publicado (Pagerank) y el número de veces que es enlazado a otros sitios y compartido en redes sociales.

Los robots no entienden la metáfora
De repente han aparecido, a diestra y siniestra, batallones completos de tecnólogos que escriben y dan cursos sobre SEO (Search Engine Opimization), de los cuales hago parte, con el fin de enseñar a los humanos a escribir de modo que los robots de Google indexen sus creaciones entre los primeros lugares de búsqueda. Invirtiendo así la intención original de los buscadores que consistía en afinarse para localizar los mejores resultados y no en que los resultados se afinaran para que éstos los localizaran.

Sin embargo los robots aún son incapaces de entender la metáfora y las imágenes. Las fotos, los videos y la poesía no pueden decodificarse adecuadamente en el lenguaje .html pues lo único que aparece a los ojos del robot, es una secuencia binaria de números y es el humano el que debe indicarle al buscador, por medio de palabras clave, que contiene esa imágenes o que significa esa metáfora. Haciendo que miles de significantes queden libres en el ciberespacio sin un significado adecuado. La sintaxis y la semántica no logran enlazarse adecuadamente en el alma robot.

¿Qué será de la metáfora?
Posiblemente a medida que aumente la velocidad del procesamiento de la información y mejoren los algoritmos, los robots se acerquen a nuestro sistema de pensamiento por medio de la inteligencia artificial. Pero lo único cierto es que hoy aún no logran indexar una de las partes más interesantes de la expresión artística y literaria del ser humano. Reemplazar un significado por otro en la misma expresión sigue siendo inaccesible para el buscador, que aunque ha comenzado a entender el contexto, no logra sintetizar adecuadamente la palabra polisémica y menos aún las imágenes, haciendo que expresiones como «la albiceleste se corona campeona» o «la lucha contra los molinos de viento» sean irreconocibles para el posicionamiento web.

La poesía, el humor y el arte, entre otras creaciones humanas, siguen escapándosele a la clasificación. El buscador no tiene la capacidad y los artistas no saben aún, no quieren o simplemente no les es posible, indicarle a los robots el significado de cada una de las expresiones de sus obras, pues muchas de ellas se hacen precisamente para ser interpretadas y no tendría sentido condenarlas a un tema específico troquelando su significado. Eso si, habrá se saber, que en ese caso la obra nunca aparecerá en los primeros resultados de búsqueda de Google, de Yahoo, de Bing o de cualquier buscador actual.

¿Los artistas comenzarán entonces a disminuir sus metáforas en aras de que los robots indexen sus creaciones para hacerlas visibles? Algunos ya han comenzado a hacerlo, otros continúan escribiendo para humanos con menos éxito en internet y otros tantos propenden por un punto intermedio entre los términos literales y los términos idiomáticos, metafóricos y culturales. ¿Podrán los buscadores eliminar la metáfora sin darse cuenta? ¿Valdría la pena promover un día al año en que los buscadores disparen resultados aleatorios para que salgan del anonimato refrescantes artículos? ¿Los lectores comenzarán a buscar de otras formas para encontrar lo que realmente quieren? El tema queda abierto.

PD: Especial agradecimiento a Cristina Sánchez @acropalabrista, que en mi días de 2014 en Madrid, España, se atrevió a reunirse conmigo y opinar sobre las evoluciones de este texto.

Respuesta de la Real Academia Española de la Lengua sobre propuesta de Carlos Naranjo

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La Real Academia Española de la Lengua responde lo siguiente, con respecto a la propuesta de Carlos Andrés Naranjo-Sierra, publicado en el artículo En vez de los y las, les, reiterando la dificultad de modificar la gramática natural del idioma, bien sea a través de esta propuesta o de la propuesta feminista de evidenciar los géneros.

30 de enero de 2013, Madrid

Estimado Sr. Naranjo-Sierra:

Le agradecemos que nos haga partícipes de sus inquietudes lingüísticas. Hemos de indicarle, no obstante, que, tal y como usted mismo aventuraba ya en el desarrollo de su propuesta, las lenguas naturales son organismos vivos que, como tal, evolucionan y cambian a lo largo del tiempo. Una lengua histórica como el español, con el uso escrito asentado otorgándole fijeza y estabilidad, es difícil que admita imposiciones en lo que se refiere a cuestiones morfosintácticas. El aspecto más sensible al cambio es el léxico, que siempre se apresta a crear neologismo, adaptar voces extranjeras o modificar ciertas acepciones. La ortografía, por su parte, es un código supralingüístico convencional, creado de forma artificiosa y racional por los propios hablantes, que suelen consentir que una autoridad lingüística lo arbitre. No ocurre así con la gramática, sistema natural que no admite intervenciones artificiosas como la que usted proponía.

Reciba un cordial saludo.

Departamento de «Español al día»
Real Academia Española

En vez de los y las, les


Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Para las feministas, utilizar «los” y “las» en el mismo enunciado es un asunto «políticamente correcto», para los estudiosos de la gramática funciona mejor solo «los», por un asunto de economía del lenguaje ¿Será posible plantear una alternativa que medie entre estas dos posiciones? Tal vez sí y mi propuesta es «les».

Desconozco si ya algún lingüista realizó esta sugerencia y fue descartada por alguna razón obvia que no alcanzo a entrever como psicólogo con mis cursos de lenguaje y semiótica. Si es así, ofrezco disculpas por la pérdida de tiempo. Si no, agradezco que me ayuden a experimentar los recobecos del lenguaje para ver que tal funcionaría el reemplazo de las vocales ‘o’ y ‘a’ por la ‘e’.

La idea central consiste en utilizar una vocal neutra, en este caso la ‘e’ (dejando de lado la ‘i’ y la ‘u’ por asuntos funcionales y estéticos), de modo que no se reconozca el género de quien se nombra a la vez que el artículo, pronombre, sustantivo o adjetivo sigue manteniendo la economía del lenguaje. De este modo se puede hablar de hombres y mujeres con una sola palabra.

Veamos un ejemplo: en la oración «Los niños juegan en el recreo» podemos inferir que se trata de niños solamente o de niños y niñas, de modo que en el segundo caso el feminismo propone nombrar a las niñas como una forma de reivindicar su importancia haciendo que la frase se transforme en «Los niños y las niñas juegan en el recreo».

Pero si utilizamos la ‘e’ para construir la oración, está daría como resultado «Les niñes juegan en el recreo», haciendo que sea claro que la frase se refiere tanto a niños como a niñas, de una manera breve sintácticamente y eliminando la norma gramatical que establece lo masculino como el principio rector para nombrar tanto a unes como otres.

Esto no cambiará la cultura machista en la que vivimos. Lenguajes como el persa moderno no hacen diferenciaciones de género, ni masculino ni femenino, y sin embargo sus mujeres siguen siendo oprimidas. Así que esta propuesta es sólo una idea que puede servir pero en una muy pequeña medida. La verdadera lucha del feminismo debe darse en otros territorios.

Pero lo verdaderamente complejo consistiría en popularizar su uso, de modo que sintáctica, semántica y pragmáticamente sepamos a que nos referimos cuando usamos esta alternativa. No es gratuito que el esperanto, nacido con la idea de unir y simplificar las lenguas, siga en la oscuridad a pesar del loable esfuerzo de su creador Lázaro Zamenhof.

La Caja de Libros que murió por sobredosis de haloperidol


Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Después de abrir la puerta de su habitación, tras las sábanas blancas de la pequeña cama del hospital, asomaba su cabeza negra con pelo chuto, una hermosa sonrisa y los brazos con el grosor de un espagueti. Era Rosaura, una niña chocoana con 12 años de edad que padecía leucemia en su fase terminal.

Como psicólogos practicantes debíamos comenzar por aplicar un breve test para confirmar la ubicación en espacio, tiempo y lugar de la paciente y hacer su anamnesis. Sabía que se encontraba en el Hospital San Vicente de Paúl, que era el 4 de septiembre de 2007, que eran las 9 de la mañana y que pronto moriría.

¿En qué ocupaba su mente todo el día Rosaura?, era una pregunta que me atormentaba. Miraba por la ventana de su habitación los hermosos árboles de la construcción decimonónica del Hospital y luego ¿qué más? Pasaba todo el día pensando en su enfermedad. Ese mismo día salí a comparle una revista de Pasatiempos de las que venden en los quioscos de la calle Barranquilla.

A lo otro día los tenía todos resueltos. No era suficiente una simple revista. Necesitábamos un programa permanente que les permitiera a los pacientes tener otras cosas con qué alimentar sus pensamientos y escapar por momentos de la idea misma de su padecimiento. Fue así como apareció la propuesta de la Caja de Libros para los pacientes del Hospital San Vicente de Paúl

Supimos que en el Hospital Infantil habían realizado algo similar, con moderado éxito, entre los niños, y confiaba en que tendría aún mejores perspectivas entre los adultos internos. Redacté un borrador, ofrecí los contactos de COMELIBROS.COM, una pequeña librería en línea que había comenzado a montar, y lo compartí con Oscar Giraldo y Diana Buitrago, mi asesor y mi compañera de práctica, respectivamente.

¿Podrían ayudarnos Trabajo Social y las Damas Voluntarias del Hospital? Se trataba de una pequeña caja de libros donados, que recorrería en un carrito los pabellones del Hospital y prestara libros a los pacientes que lo desearan. Ni más ni menos. En otras latitudes se aplicaba sin problema y no veía porque uno de los hospitales pioneros en trasplantes en el mundo, pudiera ser la excepción. Me equivocaba.

Una mañana, al salir de un staff de evaluación de pacientes con depresión, entre los cuales debía haber estado yo de saber lo que vendría, me llamó Diana y me dijo que el doctor Cardeño, jefe de Psiquiatría de Enlace, estaba muy molesto y quería hablar conmigo. Salí del pabellón y afuera me esperaban los doctores Cardeño, Calle y la doctora Restrepo con cara de pocos amigos.

Yo le había enviado un correo a Carlos Cardeño comentándole lo que estábamos planeando desde psicología, informándole la buena nueva de los contactos con Trabajo Social y las halagadoras perspectivas con algunas librerías que se ofrecieron a donarnos algunos de sus saldos. Le pareció el colmo que se estuviera pasando por encima de su autoridad al no haberle comentado este proyecto anteriormente, pero apenas comenzaba su perorata.

Dijo que Psiquiatría no podía darse el lujo de quedar mal ante el Hospital con un proyecto que seguramente no tendría continuidad y que ese tipo de ideas generalmente no obtenía apoyo de la dirección de la institución. Estupefacto les dije que me parecía que no eran las directivas las que estaban dejando mal parada la Caja de Libros sino ellos mismos, mientras Diana se fruncía al escucharme. Me dijeron que toda buena idea tenía su merecido castigo y que esta no sería la excepción.

La psiquiatría es considerada una especialidad médica de bajo perfil dentro del cientificismo que manejan algunas subespecialistas, y posiblemente de allí el temor por apoyar una idea tan «poco científica» como los libros. Era mejor hablar de haloperidol, sertralina o trazadona. Como si apoyar el paradigma científico se tratara necesariamente de homogenizar la técnica. No lo podía creer, la idea moriría sin quimioterapia.

Oscar y Diana, mis colegas psicólogos decidieron abortar el proyecto para no molestar a los doctores. Claudia Gálvez, la directora de la extensión de prácticas de Psicología de la Universidad de Antioquia, consideró que no valía la pena poner en riesgo las plazas de práctica con propuestas como ésta. Al terminar el semestre simplemente me fuí del hospital, por indicación del doctor Cardeño, con mi Caja de Libros y la frustración de que Rosaura no haya podido llevarse consigo una nueva historia leída, antes de morir.