Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
―¿Quién habla? ―Me dice la voz de un hombre al otro lado del teléfono.
―¿A quién necesita? ―Le pregunto.
―Vea, es que he estado llamando al fijo y nadie contesta, y en este número celular tampoco. ¿Ahí es donde reciben donaciones de libros?
―Me parece raro, ―le digo. ―Pero sí, nosotros recibimos donaciones de libros.
―¿Y a quién se los donan? ―reclama el personaje.
―Principalmente a fundaciones y centros de reclusión. También hemos donado a escuelas o batallones del Ejército Nacional.
―¡Ah!, bueno, es que eso es justo lo que quiero. Donar unos libros que están nuevos para que lleguen a quienes los necesitan. El asunto es que me duele la espalda y no puedo cargar las cajas. ¿Allá en Comelibros hay alguien que baje los libros del carro?
―Hay un portero, el de mi casa ―le digo. ―Pero que no sé si puede ayudarle a bajar los libros. Le cuento que nuestra función es gratuita, y a pesar de que hemos buscado patrocinadores para el Banco de Libros, no los hemos encontrado.
―¡Entonces no hay como donarlos! ¡No tienen logística! Y acto seguido me tira el teléfono.
No es la primera vez que me sucede algo similar. Cuando comencé a solicitar libros para los reclusos de la Cárcel de Bellavista en Medellín, donde realizaba una labor un psicólogo voluntario ―gracias a Pastoral Penitenciaria―, varios amigos me escribieron con el pecho hinchado por su generosidad, que me dejaban un par de revistas para los reclusos, en la portería de sus unidades para que pasara a recogerlas. Cuando les dije que por favor me las enviaran, ninguno se manifestó.
Muchas personas llaman a preguntar si pasamos a recoger sus libros o, incluso, para que les enviemos a su casa un libro que quieren. Les explico que sólo contamos con la buena voluntad para conectar oferentes y demandantes de libros y, en consecuencia, que no tenemos cómo recogerlos o llevarlos. Quien quiere donar o recibir, debe propiciar los medios para ello. También debe saber que sólo donamos a instituciones, no a personas, pues el espíritu de la idea no es el ahorro, sino la utilidad.
Le devolví la llamada al señor. Le dije que me parecía desobligante su actitud con una idea que recurría a la buena voluntad de las personas ¿Sirvió de algo? Seguramente no. Los seres humanos tenemos la tendencia a sobrevalorar nuestras acciones y podemos considerar que haciendo una donación, estamos haciendo un gran favor. Como aquel que evade impuestos, pero se siente un gran ciudadano, dando una limosna a la persona que no puede acceder a salud, justicia o educación por falta de impuestos para subvencionarlas.
Una vez le pregunté a mi amigo Antonio Vélez si estaba de acuerdo con que se eliminara el salario mínimo, como proponía otro amigo en común, para disminuir el desempleo en ciertas zonas del país. «No es una buena idea», me dijo Antonio. «Los seres humanos tenemos la tendencia a considerarnos muy generosos dando muy poco. Es necesario que el Estado intervenga para reclamar unos mínimos para que este pago no se haga como un favor» y agrega: «somos bien escasos al dar, y ponemos condiciones». Creo que tiene razón.
Por fortuna no todos son así. Muchas personas nos han donado sus libros sin poner condiciones, acercándolos sin reclamar y sonriendo al entregarlos. De momento sacrifico un pedazo del parqueadero de mi hermano mientras los textos encuentran adoptantes, el Banco de Libros patrocinadores (¿Escuchas, Secretaría de Cultura de Medellín?) y los seres humanos seguimos enseñando la naturaleza de la que tanto escribieron William Shakespeare y Miguel de Cervantes.